miércoles, 19 de marzo de 2025

Un Día en la Vida de un QE: Entre Ratificaciones, Gimnasio y Familia

El Reloj No Se Detiene: Un Día a Contrarreloj

El día comienza antes de que el sol se atreva a asomarse. Son las 4:00 a.m. y, como un reloj bien sincronizado, suena la alarma sin piedad ni compasión. No hay opción de posponerla ni un solo minuto más. Aunque muchos aún duermen, yo ya estoy en pie, preparándome para enfrentar otro día intenso. Como Quality Engineer (QE), sé que mi trabajo va mucho más allá de simplemente verificar que una aplicación funcione; soy el último escudo antes de que el software llegue a producción, y cada detalle cuenta. Cada prueba que ejecuto es una barrera contra posibles errores que podrían afectar a miles de usuarios.


Mi jornada matutina comienza en el silencio absoluto de la madrugada. Las calles vacías y la calma son el escenario perfecto para concentrarme. Durante la primera hora, reviso código, analizo escenarios de prueba, y superviso que todas las automatizaciones funcionen sin inconvenientes. A las 5:00 a.m., con la mente aún zumbando de datos y variables, cierro esa fase del día y me preparo para la siguiente batalla: el gimnasio.

El gimnasio a esta hora parece un santuario, un lugar donde el sacrificio se mezcla con la disciplina. Hoy toca rutina de piernas, ese ejercicio que muchos hombres evitan por miedo a la fatiga o la incomodidad. Sentadillas profundas, peso muerto, extensiones y una serie interminable de repeticiones que ponen a prueba no solo mis músculos sino mi voluntad. Los 90 minutos siguientes se sienten como una guerra silenciosa contra el cansancio, pero la satisfacción que siento al final hace que cada gota de sudor valga la pena.


Al regresar a casa, me espera un desayuno bien merecido. No es solo una cuestión de hambre, sino de combustible. Proteínas, carbohidratos y una buena dosis de energía son esenciales para afrontar la jornada que sigue. Mientras desayuno, pienso en todo lo que me espera: reuniones virtuales, pruebas automatizadas corriendo en segundo plano, y la constante presión de mantener el software libre de errores.

A las 9:00 a.m., mi jornada laboral remota comienza oficialmente. La flexibilidad del home office es un alivio, pero también un desafío. Las distracciones están a la vuelta de la esquina, y mantener la concentración es una lucha constante. Entre videollamadas, revisión de tickets, y reportes, el tiempo se me escapa rápidamente. Sin embargo, sé que cada minuto cuenta, y que la calidad del trabajo depende de mi dedicación.

A las 11:00 a.m., me tomo un descanso estratégico: seis huevos sancochados. No es un capricho, sino un boost de proteínas necesario para mantener mis niveles de energía y apoyar la recuperación muscular después del gimnasio. Estos pequeños detalles nutricionales son clave en mi estilo de vida, que combina trabajo y deporte de manera equilibrada.


La jornada continúa sin pausa. A la 1:00 p.m., aprovecho para tomar una siesta breve. Puede parecer un lujo, pero mi cuerpo y mente lo necesitan. Estar frente a una laptop durante horas puede ser agotador, y estos momentos de descanso breve me permiten recargar pilas y regresar con más foco.

Alrededor de las 2:00 p.m., almuerzo mientras sigo trabajando. La multitarea es casi obligatoria cuando se trabaja desde casa. La flexibilidad de horarios es una ventaja, pero también un reto para mantener límites saludables entre la vida personal y profesional.


El reloj avanza implacable. Más reuniones, más revisiones, más líneas de código a analizar. A las 6:30 p.m., finalmente llega un respiro: 30 minutos para desconectarme y ayudar a mis hijos con sus tareas escolares. Este es uno de los momentos más valiosos del día. Dejo a un lado la tecnología, las pantallas, y me sumerjo en su mundo de preguntas, descubrimientos y aprendizajes. Verlos crecer y aprender es la verdadera motivación que impulsa cada sacrificio que hago.

A las 8:00 p.m., es hora de cenar. La comida es ligera pero nutritiva, buscando no saturar el organismo antes del descanso nocturno. Sin embargo, el día aún no termina.

A las 10:00 p.m., me preparo para el merecido descanso. O eso creía. Un nuevo pase programado a las 11:30 p.m. me obliga a mantenerme alerta. Las pruebas corren en segundo plano, y la validación es un éxito. Es un pequeño triunfo personal que me llena de satisfacción y confianza.


Finalmente, a las 12:00 a.m., caigo rendido en la cama, agotado pero contento. Solo por unas horas, porque a las 4:00 a.m. todo comienza de nuevo.


Mañana toca gimnasio otra vez. Esta vez, bíceps y tríceps. Sé que el cuerpo está cansado, pero también sé que la constancia es la clave para ver resultados. Este ritmo de vida es exigente, y a veces siento que el reloj corre más rápido que yo. Me pregunto constantemente: ¿cómo puedo recuperar fuerzas y seguir potenciando mis músculos con este ritmo frenético?

La respuesta no es sencilla. Sé que debo cuidar mi alimentación, descansar lo suficiente, y mantener una mentalidad positiva. Pero también sé que la vida no siempre es perfecta, y que hay días en que la fatiga puede más.


Este es el desafío diario que enfrento: equilibrar el trabajo, la familia, la salud y el crecimiento personal. Un día a contrarreloj que me ha enseñado la importancia de la disciplina, la paciencia y la resiliencia.

Y tú, ¿cómo manejas tu propio reloj? ¿Qué estrategias usas para no perder el ritmo y seguir avanzando? ¡Estoy abierto a sus consejos!

martes, 18 de marzo de 2025

El Sueño de Monetizar: Entre Retos y Frustraciones

El Reloj No Se Detiene

Mi intento de crear una app para ganar dinero: un sueño en pausa, no cancelado


Desde hace un tiempo, algo me rondaba la cabeza constantemente: la idea de ganar dinero a través de aplicaciones móviles y videojuegos. El concepto me parecía fascinante. Veía anuncios por todos lados de plataformas que prometían darte unos centavos de dólar por ver publicidad, completar niveles o realizar tareas simples. Muchos de estos modelos me parecían poco sostenibles, pero me dejaron con una pregunta dando vueltas en la cabeza:
¿Y si yo creo mi propia app?

No una app más de “gana dinero fácil”, sino algo más elaborado, algo que combinara entretenimiento con una recompensa real, aunque sea pequeña. Un proyecto sencillo, pero funcional. Y sobre todo, uno que pudiera desarrollar yo mismo, paso a paso, aprendiendo en el camino. Tenía algo de experiencia como analista de pruebas, y también algunos conocimientos en programación, así que no era un terreno completamente desconocido. Al contrario, lo vi como un reto emocionante.

La idea: simple, pero ambiciosa

Mi visión inicial era clara: desarrollar un juego casual, adictivo, que premiara la constancia del jugador. Algo que mantuviera al usuario enganchado, motivado a superar niveles, y que, en el proceso, pudiera monetizar con anuncios o micro recompensas. No tenía intención de hacerme millonario. Solo quería demostrar que sí se puede construir algo propio, desde cero, con recursos limitados, pero con ganas y creatividad.

Tenía varias ideas en mente: un juego de lógica con niveles progresivos, un sistema de recompensas con puntos acumulables, y alguna forma de integrar anuncios que no fueran invasivos. Incluso pensé en incluir una pequeña tienda interna donde los jugadores pudieran canjear lo ganado por contenido exclusivo. Todo era emoción e ilusión... hasta que llegó la parte técnica.

El primer gran muro: el entorno de desarrollo

Una cosa es tener la idea, y otra muy distinta es convertirla en una app funcional. Decidí trabajar con Android Studio, una plataforma que ya había explorado antes. Pero al momento de instalar y configurar todo, comenzaron los problemas. Uno en particular me tomó por sorpresa: Gradle y el emulador no se conectaban correctamente. Me pasé horas investigando posibles causas, reiniciando el entorno, cambiando configuraciones, actualizando versiones, limpiando el cache... Nada funcionaba.

Consulté con algunos colegas del trabajo, pero no fue muy alentador. Su respuesta fue directa:

“Es un tema complejo… Nosotros no trabajamos con Gradle, así que no te podemos ayudar mucho”.

Fue un golpe inesperado. Estaba acostumbrado a resolver problemas como tester, pero ahora estaba del otro lado, como desarrollador. Y lo que parecía un error sencillo, se convirtió en una muralla técnica que me bloqueó por completo.

Plan B: la máquina virtual… y otro muro más

Pensé: “Ok, si no puedo usar el emulador interno, quizás pueda instalar una máquina virtual externa y correr el entorno ahí.” Me entusiasmé un poco con esta opción, creyendo que era la solución perfecta. Pero pronto me topé con una nueva barrera: el costo.

Las opciones de virtualización más estables y compatibles requerían licencias de pago o equipos con mejor rendimiento. Mi laptop del trabajo, aunque funcional, tenía restricciones administrativas. No podía instalar todo lo que necesitaba. Tampoco podía modificar configuraciones importantes del sistema, lo cual es clave en estos procesos.

Y ahí fue cuando la frustración empezó a escalar. No solo tenía el deseo de crear algo nuevo, sino que ahora sentía que cada paso que daba terminaba en una pared más alta.

Limitaciones externas que no podía ignorar

Me di cuenta de algo que no quería aceptar al inicio: estaba tratando de construir un proyecto ambicioso en un entorno que no era completamente mío. Usaba una laptop de la empresa, con limitaciones lógicas para proteger la seguridad del sistema, pero que me impedían avanzar. Y como no contaba aún con una laptop personal lo suficientemente potente, empecé a sentir que estaba chocando contra mis propias circunstancias.

En algún punto me senté frente a la pantalla, con toda la frustración a cuestas, y pensé:
“¿Vale la pena seguir empujando ahora mismo?”

La respuesta fue dura de aceptar, pero clara: no por ahora.

Pausa, no fracaso

Decidí pausar el proyecto. No cancelarlo. No rendirme. Solo pausarlo. Porque comprendí que a veces, por más pasión que tengas, necesitas las herramientas adecuadas para avanzar. Que el entusiasmo por sí solo no compensa la falta de medios técnicos. Y eso está bien.

Aprendí que no todo obstáculo se supera con más esfuerzo. Algunos simplemente requieren paciencia y estrategia. En mi caso, lo que necesitaba no era solo más ganas, sino un entorno propio, flexible, y sin restricciones.

Y aunque esta pausa me dolió, también me fortaleció. Porque me hizo ver que realmente quiero hacer esto. Que no es solo una idea pasajera. Que crear una app útil, entretenida y funcional es un objetivo real, y que algún día lo voy a lograr.

Lo que me llevo de esta experiencia

Aunque no logré lanzar la app (aún), me llevé muchos aprendizajes:

  • La parte técnica importa mucho. Tener una buena idea no es suficiente si no tienes cómo implementarla.

  • Los errores son parte del proceso. Lo importante es documentarlos y entenderlos.

  • Las herramientas sí hacen la diferencia. Trabajar con recursos limitados es posible, pero en algunos casos, tener el equipo adecuado marca la línea entre avanzar y estancarte.

  • Pedir ayuda está bien, pero también es necesario aceptar cuando los demás no tienen las respuestas.

  • No todos los tiempos son los correctos. A veces, simplemente hay que esperar.

¿Y ahora qué?

Ahora estoy enfocado en prepararme mejor. Estoy ahorrando para mi propia laptop, leyendo sobre arquitectura de apps, monetización ética, gamificación, y aprendiendo de otros creadores que empezaron con poco y llegaron lejos.

Sé que, cuando tenga el entorno adecuado, volveré a intentarlo. Y esta vez, con más experiencia, más estrategia, y sobre todo, más confianza.

¿Y tú, te detendrías en seguir un sueño solo por los obstáculos iniciales?

Yo no pienso hacerlo.